domingo, 23 de enero de 2011

De Salamanca a Nazca, un rayo de serenidad


Imagen tomada del Blog Instituto Raúl Porras Barrenechea

De Salamanca a Nazca, un rayo de serenidad
La travesía de Francisco Maurial MacKee

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Discurso del poeta y ensayista Héctor Ñaupari en la presentación del libro El Rayo de la Serenidad.
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Francisco Maurial tiene esa virtud poliédrica, propia de los artistas múltiples: eximio guitarrista, narrador hechicero, vibrante comunicador, pero por sobre todo, amigo abierto, leal y franco, virtudes arremetidas y revueltas en un solo espíritu, complejo, profundo, inquieto y sagaz, como el de aquellos aventureros infatigables, con muchos días de sol y algún que otro atardecer sombrío.

Recalcaba la amistad de Francisco, porque la amistad es también un arte, sobre todo cuando quien la ejerce es capaz de cautivarnos con un arpegio o un solo de su guitarra espléndida, o una novela,  breve como la cintura de una mujer joven y hermosa, como es El rayo de la serenidad, esta ejemplar obra suya, que hoy me honro en presentar. 

Francisco me ha permitido, también, volver a nuestra ciudad: Salamanca, la Roma chica, la ciudad del Lazarillo de Tormes, de Miguel de Unamuno, de Fray Luis de León, de Francisco de Vitoria, de Antonio Colinas, de Alfredo Pérez Alencart y tantísimos otros. Digo “nuestra” porque ella se ha llevado los últimos años de nuestra juventud primera, y por ese mismo hecho la llevaremos siempre.

Hoy quiero conducirlos por la casi milenaria Universidad donde ambos estudiamos, de donde fue calcada mi primera casa estudiantil, la cuatricentenaria Universidad Mayor de San Marcos. Y si, como reza el dicho, San Marcos es el Perú, podemos sostener sin temor a equivocarnos que Salamanca es España, vallejianamente:

“La madre España con su vientre a cuestas; 
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!”.  

Conocí a Francisco Maurial en la presentación de mi libro de poemas En los sótanos del crepúsculo, en el mítico bar salmantino El Savor, de inspiración latina, donde tuve el privilegio que me acompañara, con su mágica guitarra, en esa noche intensa, cerrada y babilónica como es la noche de la ciudad castellana, en su cielo que justo había dejado de ser el azul libre y sin matices que la adorna siempre, tan perfecto que asusta, como dice el poeta Ángel González Quezada, junto a otros amigos peruanos, latinos y españoles, bohemios, estudiantes de pregrado o doctorado, errabundos, o vagamundos, como le gusta decir a mi querido amigo, el intelectual y periodista cubano Carlos Alberto Montaner. 

Al conocerlo, me dije, como el cínico antihéroe Rick Blaine al capitán Louis Renault, “que este es el principio de una gran amistad”. Y no me equivoqué.

Salamanca nos hizo amigos perdurables, porque para mí Francisco Maurial MacKee es Salamanca, urbe cenital, de edificios inverosímiles, en la dorada belleza de la piedra que los conforma y define, como la Iglesia de San Marcos, “nave de luz, de borda circular” detrás de la cual uno podía beber el kalimotxo, ambrosía del tinto hispano con la americana coca – cola, la cuba libre del estudiante, en bares íntimos como un beso, o fuera de ellos, en sus acogedoras puertas; de la portada de San Esteban, “relicario en piedra viva”, la Clerecía, enorme como un palo mayor entre las estrechísimas calles Palominos y Libreros, donde tantas veces transité, yendo a almorzar al Fray Luis de León la deliciosa paella valenciana; de su excelsa Plaza Mayor, “caudal de asombros, voces rotas y silencios” donde era poseído “por el fuego turbador de sus piedras encallecidas” citando al poeta Alfredo Pérez Alencart; del Cum Laude, el Irish Rover, el Camelot y el Potemkin, los que más recuerdo de sus innumerables bares.

Y así como Francisco Maurial es Salamanca, también es Nazca.  El rayo de la serenidad es la historia de muchas historias. La del crimen que le da origen, la de los hermanos que descubren el amor, entre ellos, el de sus padres y el de la tierra, que es, como sabemos por la vida y la literatura, más profundo que el lazo de la sangre. Pero también es la historia de su propia familia, y de Juana Rosa Ramos de Maurial, “que jugaba a reír con sus recuerdos y cuya voz siempre canta en la memoria”, como reza su sentida dedicatoria.  Y, como si todo ello no fuera poco, El rayo de la serenidad nos cuenta sobre Nazca, su desierto perpetuo, que hace que el agua valga más que las piedras preciosas, como podemos comprobar de su lectura.

En tal sentido, estamos ante una novela breve más que un cuento largo. De hecho, es posible afirmar que el cuento largo es la técnica narrativa que más ha caído en desuso. Una pregunta que cabe hacerle, por ejemplo, a Vargas Llosa, es porqué no volvió a escribir cuentos. Quizás ésa sea una de sus razones.

Dejando la especulación de lado, al contrario del cuento largo, en la novela breve tenemos unos personajes y una historia que no gira en torno a un simple eje temático; más aún, observamos una evolución de los hechos y una “parte alta de la narración”, donde todos los elementos y protagonistas confluyen a un tiempo. 

En la novela breve, la trama debe ser tensa, encerrar un mundo y unos personajes propios, donde el clímax puede aparecer en un punto del medio, y no al final de la obra, estando más cerca de la travesía que de la sencilla anécdota.

El rayo de la serenidad es devotamente respetuoso de tales características, sorteando con desenvoltura los riesgos propios de una narrativa apretada como el abrazo de dos amantes que se encuentran tras años de dolorosa búsqueda.

A nuestro juicio, la novela breve designa algo más que una medida, una extensión intermedia entre cuento y novela: designa una especie literaria que, tal vez, resulte difícilmente definible, pero que tiene personalidad propia y que funciona como algo distinto a una novela.

Con El rayo de la serenidad nuestro novelista se revela como un discípulo aplicado de García Márquez, con ese toque poético, irónico, impresionantemente humano, donde lo inusual, lo sorprendente, lo sobrenatural, y el vuelco mismo de los acontecimientos se nos aparecen de una cotidianeidad y cercanía tal, que de la relación mágica con la naturaleza nos traslada a la selva espesa de lo real.

Así, Francisco Maurial descubre para nosotros un mundo fascinante y desconocido, un universo ignorado, de gente segregada, del desierto del Sur del Perú, en una prosa fresca, poderosa, veloz, cinematográfica. Abre la posibilidad de encontrarse con una época, unas tradiciones, unas conductas que parecen sepultadas en el olvido, pero vuelven a surgir como si el fabulador dominara el tiempo, negándose a hacerlas desaparecer.

Hoy en día, cuando el cuento corre la suerte de convertirse en un formato que apenas encaja en revistas, sin que la atención de los editores se fijen en ellos, como no sea en forma de antologías compuestas por la obra de una vida literaria reconocida, es hora de seguir el ejemplo de Francisco Maurial MacKee, y apuntar nuestra mirada, y, tal vez, la sangre de nuestras plumas, hacia la novela breve, la que está, según el dictado del autor de Rayuela, a caballo entre el cuento largo y la novela, hacia el relato organizado en argumentos que se sucedan uno a otro sobre una historia que da más que para un cuento.

Francisco Maurial MacKee es Nazca. Es Salamanca. A Nazca ha vuelto con El rayo de la serenidad. A Salamanca, regresará siempre. Y cuando llegue nuestra hora, o como sostiene Onetti en el título de su última y conmovedora novela, Cuando ya no importe, o parafraseando al cholo universal en su Himno a los voluntarios de la República, “cuando marcha a morir nuestro corazón, cuando marchemos a matar con nuestra agonía”, volveremos en forma definitiva, para dormitar por fin en ese vividero bendito y añejo, cual el mejor vino, que es Salamanca, como dice el poeta: “queriendo sólo descansar la cabeza, exhaustos y al final de todo, en la colina de tu vientre”.

Entre tanto, cuando ese momento postrero nos alcance, celebremos con júbilo esta novela estupenda, a este significativo autor, y confiemos en que Francisco Maurial MacKee, artista talentoso y multifacético, nos siga deleitando con sus creaciones en los próximos años.

Santiago de Surco, 2 de diciembre de 2010

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